1. Vías y puentes
- Vías
La calzada es la más importante de todos los tipos de vías romanas. Su anchura era de cinco o seis metros y tenían aceras. Estaban construidas con un pavimento de medio metro de profundidad, compuesto por cuatro capas de materiales diferentes, entre dos márgenes de sillares. La parte superior estaba formada por losas.
Las distancias se señalaban con unas pequeñas columnas de piedra, clavadas en el suelo cada mil pasos (1.500 metros aproximadamente), llamadas miliarios; en estas columnas también figuraba la distancia recorrida, y el nombre del emperador o del magistrado que había mandado construir o reparar la calzada.
En el foro de Roma se encontraba el miliario cero, el miliarium aureum, del que salían todas las calzadas importantes; de ahí el proverbio « todos los caminos llevan a Roma ». A lo largo de las calzadas importantes había unas paradas o puestas, llamadas mansiones.
En la Península , la más importante era la que iba desde los Pirineos, por la Jonquera, hasta Cádiz ; por la costa continuaba por Valencia y después se adentraba hacia el interior.
- Puentes
Los romanos desarrollaron más que ningún otro pueblo de la antigüedad la técnica y la belleza de los puentes. Desde la construcción del primitivo puente de madera sobre el Tíber, los romanos desarrollaron una técnica que hoy aunque es admirable por su perfección y solidez.
La base del puente era un arco profundo, en realidad una vuelta corta de medio cañón, de bloques de piedra bien trabajados, sin argamasa en las junturas. Encima había una calzada plana, de cinco o seis metros de ancho, con aceras. Este modelo de puente es lo que ha persistido hasta el siglo XX. Para muchos puentes romanos aún circula el tráfico actual.
En España destacan los de Mérida, Alcántara, Córdoba y Salamanca.
2. Acueductos y alcantarillas
Los romanos tenían mucha cura del agua y desarrollaron unas técnicas que copiaron de los etruscos. En las casas urbanas unifamiliares y rurales habían cisternas o pozos para el suministro de agua.
- Acueductos
Para satisfacer este enorme consumo de agua se construían enormes depósitos a la entrada de las ciudades, provistos por medio de acueductos que captaban las aguas los ríos, de las fuentes y de los pantanos artificiales.
Los acueductos consistían básicamente en un canal con las paredes bien impermeabilizadas que, normalmente, iba a ras del suelo, pero que, a veces, tenía que salvar grandes desniveles. Para resolver este problema los romanos inventaron un tipo de puentes de varios pisos de arcadas, construidos unas veces con piedra,
otras veces con Opus Mixtum, sobre los que pasaba el agua por un canal estrecho.
Roma estaba provista por quince acueductos.
El acueducto más antiguo de España es el de las Ferreres, en Tarragona, y el
más monumental es el de Segovia, que hace más de treinta metros de altura en la parte
central; también son interesantes los restos del acueducto de Mérida.
- Alcantarillas
La gran cantidad de agua que se consumía en las ciudades romanas se desaguaba mediante un sistema de alcantarillado muy completo. La red de galerías subterráneas, reforzadas con bóvedas de medio cañón, coincidía con las de las vías urbanas. Las aguas utilizadas en las casas, las termas y las fuentes, así como las de la lluvia, desembocaban allí. Solían ir a parar a un río cercano o al mar, si eran ciudades costeras.
Las primeras cloacas del mundo romano fueron construidas en la capital durante la ética poca de los etruscos: la llamada Cloaca Maxima, el desagüe de la que hoy todavía se puede ver en el Tíber. La perfección de estas obras es evidente si tenemos en cuenta que hoy en día algunas ciudades todavía utilizan el sistema romano de alcantarillado, como es el caso de Mérida.
3. Murallas y fortificaciones
- Murallas
La mayor parte de las ciudades romanas de nueva planta fueron creadas a finales de la
República y comienzos del Imperio. De ahí que no necesitaran protección
especial contra enemigos exteriores, porque vivían tranquilas durante la paz romana.
Pero no siempre fue así, y la misma ciudad de Roma tuvo dos recintos amurallados;
el primero, conocido con el nombre de muri Servian, era atribuido al rey de origen
etrusco Servio Tulio y era similar al de otras ciudades etruscas; el segundo, que abarcaba
un espacio mucho mayor, es de finales del siglo III dC, en el tiempo del emperador
Aureliano.
En esta época del Bajo Imperio, en vista del peligro casi todas las ciudades se tuvieron que dotar de
murallas o tuvieron que rehacer las que habían tenido al principio.
De las muchas murallas que todavía se pueden ver en las ciudades de la antigua Hispania,
las mejor conservadas son las de Lugo y Tarragona.
Las técnicas y los materiales de construcción de las murallas romanas variaban según
la zona y la época de construcción. Su anchura solía ser suficiente para el paso de
carruajes y máquinas de guerra. Estaban flanqueadas por un número variable de
puertas monumentales con paso separado para vehículos y personas. Las cerraduras de
pared entre puerta y puerta estaban reforzados por torres, de planta semicircular, normalmente.
Cerraduras y torres se construían llenando una «caja» hecha de piedras machacadas bien
trabajadas con una sólida argamasa de piedras, tierra y escombros.
Además de las fortificaciones urbanas, los romanos nos han legado dos magníficos ejemplos
de su voluntad imperialista: la muralla de Adriano, con la que proteger
frontera de Britannia con Escocia, que tiene más de cien kilómetros de largo y una
media de cinco metros de altura por uno y medio de ancho; y toda la serie de fortificaciones
con el que proteger la frontera (limas) del Imperio contra los germanos,
entre el Rin y el Danubio.
